Uno de los temas a los que dediqué más tiempo de lectura y reflexión durante el último año, y que también ocupó muchas horas de charla con amigos y familiares, fue qué hacemos con la incertidumbre.
¿Cómo seguir adelante cuando, de un día para el otro, el mundo se puso patas para arriba? ¿Cómo tomar decisiones cuando la información sobre el coronavirus, cómo evitar los contagios o qué va a pasar con la economía cambia todo el tiempo?
Y ahora, en este arranque de año en el imaginamos que todo iba a volver a la normalidad, seguimos haciéndonos las mismas preguntas… ¡Ay, lo inesperado!
Pero bueno, la vida es siempre desprolija, y eso es algo que la pandemia nos vino a recordar (quién sabe por qué, cada uno tiene sus teorías).
La vida real, no la que uno planifica en la agenda o en el taller de negocios, es indómita, y eso puede resultar aterrador… Por eso nuestra primera reacción es resistirnos a aceptarlo. Apretamos los dientes y hacemos fuerza para atravesar el temporal, confiados en que si permanecemos firmes, en el mismo lugar de siempre, nada nos va a derrumbar. Pero… el desborde de lo real es incontrolable.
Y qué difícil convivir con eso cuando, como emprendedores, tenemos que tener todo el tiempo “la vaca atada” (como decimos en mi país). A veces me sorprende hasta qué punto nos sentimos obligados a esconder nuestras inseguridades y nuestros miedos, porque pueden ser vistas como señales de debilidad. De cómo, aún en estos momentos, la certeza del éxito es la única respuesta ante una realidad desordenada.
Bueno, y entonces… ¿qué hacemos con la incertidumbre? Claramente yo no tengo una respuesta para todos, tengo una respuesta (o al menos algunos acercamientos al tema) para mí. Y como siempre, la encontré en los libros, en las películas y en la música.
Aprender a vivir es aprender a soportar lo indefinido.
Alejandro Rozitchner
Como dice este filósofo y conferencista en su libro Ganas de vivir. La filosofía del entusiasmo (Sudamericana, 2010) esta frase sería un buen principio del arte de existir. “Soportar la indefinición, el no saber de antemano, el ir viendo, es la capacidad básica que permite que en uno aparezcan los saberes y las certezas”, explica.
Resulta incómodo eso de que, para entender más tarde, hay que aceptar no entender ya mismo. Es todo lo contrario a ese querer acomodar rápido las cosas y pasar a lo siguiente, que cuando tenemos un negocio o una familia a cargo, nos parece de una normalidad absoluta. Qué difícil, ¿no?
Rozitchner ayuda mucho a conectar con esta idea cuando le quita a la incertidumbre o lo que el llama “el desborde de lo real”, esa connotación negativa, de defecto y hasta de tragedia que le damos. Después de todo, la capacidad de comprensión del hombre es limitada. La claridad se va construyendo, de a poco. Incluso, aparece cuando quiere. Y entonces, el pensamiento no está para poner orden al caos, sino “para operar en él a caballo de un querer”.
Es decir, no se trata de resignarse a una indefinición permanente, o de renunciar al deseo o los proyectos. Porque la certeza, esa que nos permite evolucionar y, como dice el autor, “superar la neurosis de la eterna duda”, va a aparecer en algún momento. Pero a su tiempo, no siempre los de nuestro pensamiento racional.
Por eso hoy, mientras seguimos trabajando para sacar adelante el negocio o mantener los vínculos a la distancia, es tan importante trabajar en la apertura, la tolerancia y la paciencia.
Se aprende todo el tiempo, de los libros o de la charla con alguien inteligente, y también de la música y las películas. Y hace una semana, mientras hacía la lista de los temas sobre los que quería escribir este mes, apareció en la televisión una película que siempre me hace reír: Along came Polly, o Mi novia Polly en español.
Si no la vieron, el argumento es el siguiente: Reuben Feffer (interpretado por Ben Stiller) se hunde en el caos y la depresión cuando, en su luna de miel, su esposa lo engaña con un instructor de buceo. Reuben, que trabaja en como vendedor de seguros y está obsesionado con evitar los riesgos, empieza a replantearse su vida cuando se reencuentra con Polly Prince (Jennifer Aniston), una compañera de secundaria que le huye al compromiso y la estabilidad. Por supuesto, los opuestos se atraen y se enamoran.
No les voy a contar el final (bueno, tampoco es difícil imaginarlo), pero la reflexión que uno se hace es: ¿hace falta vivir queriendo saber todo el tiempo qué va a pasar? ¿No se trataría, en realidad, de qué voy a hacer yo ante las circunstancias? ¿De qué voy a aprender, de cómo voy a evolucionar? ¿Y al final, de cómo voy a reencontrarme con quien realmente soy, más allá de lo esperado de mí, de lo que dice mi cerebro y yo mismo me impongo, y de todo eso que me aleja de mi esencia y mi verdadero potencial?
Como dice el papá de Reuben al final de la película, “no importa lo que sucedió en el pasado, o lo que pienses que puede pasar en el futuro. Se trata del camino (it´s about the ride). No tiene sentido atravesar todo esto si uno no los disfruta. Y algún día, cuando menos lo esperas, algo grandioso puede suceder”.
Es lo que hace el personaje de Tom Cruise en Jerry Maguire, mientras conduce por una carretera feliz por ese contrato que está a punto de firmar, y que promete devolverle su exitosa carrera como agente deportivo. En un momento, empieza a sonar en la radio Free falllin´, de Tom Petty. “I’m freeeeee…” (Soy libre), canta Jerry con emoción. “… Free falling” (en caída libre), sigue la canción. Mmmm….
Es que el futuro es incierto, uno es libre, uno arriesga y a veces las cosas no van tan bien, aunque se haga el máximo esfuerzo. Un paso en falso, una frase fuera de lugar y se nos arruinó el día, la semana y el año… Pero aún cuando nos sentimos en caída libre, sin nada que nos sostenga ante el precipicio, la vida continúa y se reinventa. Otra gran lección de la vida adulta.
Para cerrar, y citando nuevamente a Rozitchner (recomiendo mucho su libro), ante el pensamiento como preocupación es mejor el pensamiento creativo. Ese pensamiento de relativa comprensión de la realidad, pero comprensión al fin, que nos permite corrernos del miedo, la frustración, el resentimiento y la inacción.
Como le escuché decir una vez, “acá estamos para inventar cosas, no para padecer quietamente un acabose que no existe, que a veces parece ser decisivo y final, pero frente al que siempre nuevas realidades se abren paso.”
Laura ⭐
Fotografía: Artem Beliaikin, Pexels.
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